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04 junio 2024

¿Por qué chocar las manos sienta tan bien?

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¿Cuántas veces, en presencia de un querido al que vemos deprimido, triste, angustiado o dolorido, hemos sentido la necesidad de darle un abrazo, de hacerle una carantoña? Y, ¿cuántas veces, en un momento de estrés y de máxima tensión y nervios, hemos ansiado y necesitado sentir una mano en el hombro que nos infundiese calma, ánimo y tranquilidad? Seguramente muchas más de las que somos capaces de recordar. La cuestión es si esta necesidad y aquel instinto son reales —tienen una base fisiológica— o, simplemente, es una costumbre, un gesto compasivo. 

Una revisión de más de 200 estudios realizados por investigadores del Netherlands Institute for Neuroscience ha confirmado que un contacto físico a tiempo mejora de forma apreciable nuestro estado mental y físico. Crédito: MARTY MELVILLE / Getty Images.

A pesar de que la mayoría de los estudios efectuados apuntaban a que, efectivamente, el contacto promueve el bienestar mental y físico, todavía no existía un consenso al respecto, en gran medida por las múltiples variables implicadas. Sin embargo, la revisión de más de 200 estudios realizados sobre el tema efectuada por investigadores del Netherlands Institute for Neuroscience ha confirmado que, realmente, un contacto físico a tiempo mejora de forma apreciable nuestro estado mental y físico; que calma el dolor, la ansiedad, la depresión y el estrés. Y no solo eso, sino que el estudio también ha identificado las variables que determinan la eficacia de esta afectuosa terapia: las características que ha de tener este contacto para obtener el máximo beneficio.

Desde un punto fisiológico parece que la clave es que el contacto físico ayuda a regular los niveles sanguíneos de cortisol, la hormona que el organismo libera en situaciones de estrés para prepararse frente a la amenaza. Y cuyos principales efectos son aumentar el nivel de glucosa en sangre, reducir las funciones no esenciales y concentrar todos los recursos y esfuerzos en la activación muscular y sensorial. Desde este planteamiento puede interpretarse que el contacto físico es traducido por el organismo como una señal de protección y seguridad.

La clave para maximizar los beneficios 

Pero, posiblemente, lo más revelador del estudio sea lo que atañe a las condiciones que maximizan los beneficios de dicha interacción. En este sentido, ha concluido que el vínculo afectivo con la persona que te toque no es relevante, es decir, da lo mismo si la carantoña procede de un ser querido que de un desconocido—incluso el contacto no humano, ya sea de un robot o de un animal también reporta un bienestar equivalente— salvo en el caso de los bebés, en los que el contacto paterno es, con mucho, el más efectivo.

BBVA-OpenMind-Barral- Por que chocar las manos sienta tan bien_2 El estudio ha concluido que el vínculo afectivo con la persona que te toque no es relevante, tampoco el tipo de contacto y su duración el efecto es similar. Crédito: Klaus Vedfelt / Getty Images.
El estudio ha concluido que el vínculo afectivo con la persona que te toque no es relevante, tampoco el tipo de contacto y su duración el efecto es similar. Crédito: Klaus Vedfelt / Getty Images.

El tipo de contacto y su duración tampoco resultan trascendentes: el efecto es similar ya sea una palmada en el hombro o un fugaz choque de manos, que un abrazo de oso o un masaje. Por el contrario, un factor que sí marca la diferencia es la frecuencia de los contactos: cuantos más y más recurrentes sean, mayor será el beneficio obtenido. Así, contactos breves pero muy repetidos tienen un mayor impacto que, por ejemplo, un único masaje prolongado.

Un ejemplo extremo de esto lo podemos apreciar en los partidos de baloncesto, y cómo cada vez que un jugador efectúa una acción, ya sea positiva o negativa, hay compañeros que le a chocan la mano o le dan una palmadita. Algo que se hace especialmente evidente durante el lanzamiento de tiros libres, en el que cada tiro va precedido y sucedido de una procesión de contactos.

Según el estudio, un factor que sí marca la diferencia es la frecuencia de los contactos: cuantos más y más recurrentes sean, mayor será el beneficio obtenido. Crédito: eFodi Images / Getty Images
Según el estudio, un factor que sí marca la diferencia es la frecuencia de los contactos: cuantos más y más recurrentes sean, mayor será el beneficio obtenido. Crédito: eFodi Images / Getty Images

Y, precisamente, ese caso en concreto ha sido el objeto de análisis de otro estudio, independiente del anterior, pero que viene a complementarlo. En él, los investigadores monitorizaron 60 partidos de baloncesto femenino para analizar cómo el número de compañeras que tocaban a la lanzadora antes de cada lanzamiento afectaba al porcentaje de acierto en el tiro libre. Y lo que constataron es que este porcentaje aumenta. Algo que se manifestaba especialmente tras fallar el primer lanzamiento. Es entonces cuando se apreció una relación más directa entre el número de contactos y el acierto en el segundo tiro. Lo que viene a confirmar el beneficio de los contactos frecuentes en situaciones estresantes.   

Poniendo a prueba el contacto

Pues bien, aprovechando que estamos en pleno clutch time de la temporada baloncestística, con las fases finales de la liga Endesa y la NBA en plena disputa y la inminencia del torneo preolímpico y los Juegos Olímpicos, es el momento perfecto para replicar el experimento del segundo estudio: siéntate ante el televisor y contabiliza el número de toques que recibe el lanzador de tiros libres antes de cada lanzamiento.  ¿Se observa una relación entre el número de contactos y el acierto? ¿y más tras haber fallado el primero? ¿Se hace más evidente en el último cuarto que en el primero?, ¿y con finales apretados más que con ventajas cómodas?

Y otro experimento bien pensado más proactivo: la próxima vez que alguien te diga que está de bajón, depre, ansioso o que le duele algo, hazle una carantoña, pide a todos los que os acompañan que hagan lo propio y luego interroga al afectado y achuchado si se siente mejor.

No dejes de repetir tu reparto de mimos entre ansiosos y estresados (en temporada de exámenes finales proliferan) modificando las variables en cada caso: un abrazo prolongado versus varias palmaditas en el hombro; un único abrazo tuyo vs una palmadita de todos los presentes… ¿Qué es más efectivo? ¿Y a quién le sienta mejor: a alguien aquejado de dolor físico o por una cuestión anímica o mental? ¿Qué tipo de contacto es más beneficioso en cada caso? 

 

Miguel Barral

Crédito foto principal: Yellow Dog Productions.
Un “experimento pensado”, “experimento mental” o gedankenexperiment (tal como fue introducido el término por primera vez, presumiblemente en la década de los 1810, por el físico danés Hans Christian Ørsted) es, en esencia, un ejercicio de imaginación al que se recurre con diversos fines: entretenimiento, educación, etc., y, por encima de todos, probar o refutar una hipótesis. La mayoría de las veces, los experimentos mentales se comunican en forma narrativa—a modo de descripción o relato—con el objetivo de presentar la pieza imaginada y establecer el escenario, los protagonistas y el argumento en la mente del “voluntario” para que así disponga de la información y herramientas necesarias para efectuar el experimento. 

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