Es el mayor carnívoro del mundo fuera del agua, una bestia temible de más de media tonelada, un superviviente en uno de los entornos más hostiles del planeta, y a pesar de ello nos resulta tan simpático como para retratarlo en muñecos de peluche. El oso polar (Ursus maritimus) es un animal icónico, hoy más aún por haberse convertido en un símbolo de las amenazas del cambio climático: en un mundo cada vez más cálido, los que dependen del hielo tienen las de perder. Pero ¿está el oso polar en riesgo de extinción inminente?
Una imagen de un oso polar durmiendo en un pequeño iceberg ganaba en 2023 el premio del público en el concurso Wildlife Photographer of the Year. La fotografía del británico Nima Sarikhani, titulada Ice Bed (cama de hielo) y tomada en el archipiélago noruego de Svalbard, muestra a un macho que ha excavado el pequeño pedazo de hielo con sus zarpas para abrirse un hueco en el que echar una cabezada. Aunque la imagen no presenta al oso en peligro, sirvió nuevamente como llamada de atención sobre el riesgo al que se enfrenta esta especie, uniéndose a otras anteriores en las que se veían osos famélicos, si bien tampoco en estos casos se demostraba una relación directa con los efectos del cambio climático.
Una especie con éxito que vive al límite
El oso polar sobrevive al límite, desde nuestra óptica humana. Desde el punto de vista de la naturaleza, se trata de una especie con un gran éxito, al haberse adaptado a un nicho en el que no tiene rival directo sobre el agua. De las ocho especies de osos que hoy sobreviven, el polar está más estrechamente relacionado con el pardo, con el que puede reproducirse. Ambas ramas se separaron hace cientos de miles de años, quizá un millón, y el polar encontró su hogar en los hielos del Ártico.
Hoy se estima su población entre 22.000 y 31.000 ejemplares, un 60 a 80% de ellos en Canadá y repartidos en 19 subpoblaciones. Y aunque el tono en los medios haya creado otra impresión, la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) califica la especie como “vulnerable”; ni amenazada, ni mucho menos críticamente. Los osos han sido objeto de cacería tradicional durante milenios por parte de los pueblos indígenas del Ártico, pero fue la llegada de la caza masiva de Europa, Rusia y Norteamérica en el siglo XVIII la que se convirtió en una amenaza, hasta 1973, cuando se reguló esta actividad.
Hoy su estatus varía entre distintas subpoblaciones: de las nueve en las que hay datos suficientes, tres están en declive, sobre todo las canadienses más meridionales. A pesar de ello, según WWF, “los osos polares están entre los pocos grandes carnívoros que todavía se encuentran a grandes rasgos en su hábitat y distribución originales y, en algunos lugares, aproximadamente en su número natural”.
La amenaza del cambio climático
Pero es innegable que, siendo el Ártico la región más afectada por el calentamiento, amenazada además por los intereses que quieren explotar sus recursos aprovechando el deshielo, el oso se encuentra en peligro. Un estudio de 2023 descubría que el impacto actual del cambio climático ya ha sido mucho mayor sobre los osos polares que la variación natural de las condiciones en los últimos 4.000 años. ¿Cuál es el horizonte de esta especie?
Según el informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC) sobre la criosfera, 2 °C de calentamiento o menos —el límite máximo marcado por al Acuerdo de París de 2015— será un serio golpe para el oso polar, ya que el análisis predice una desaparición completa del hielo ártico en verano durante el próximo siglo. Entrando en mayor detalle, los estudios han mostrado que la retirada del hielo obliga a los osos a viajar mayores distancias y nadar más para conseguir alimento, consumiendo más energía y aumentando el riesgo para los oseznos.
Un estudio de 2023 revela que, cuando los hielos flotantes se funden en verano, los osos se ven obligados a pasar meses en tierra sin acceso a sus presas principales, las focas, lo que les hace perder un kilo de peso al día y los amenaza de muerte por inanición. Esto reduce también la producción de leche en las madres, lo que daña la supervivencia de las crías. Según la primera autora del estudio, Louise Archer, de la Universidad de Toronto, “la lactancia alterada probablemente ha tenido un papel en el reciente declive de varias poblaciones de oso polar”. La falta de alimento lleva también a los osos a rebuscar en la basura, donde comen productos que los intoxican —por ejemplo, les atrae el olor del fluido anticongelante— o plásticos que los matan, además de propiciar un aumento de los ataques a humanos.
Un futuro poco halagüeño
Con todo ello, el futuro de los osos polares es poco halagüeño. En 2020, el primer estudio predictivo concluía que “con altas emisiones de efecto invernadero, el descenso pronunciado de la reproducción y la supervivencia amenazará la persistencia de todas las subpoblaciones excepto unas pocas en el Ártico más septentrional para 2100”. Según el coautor del estudio Steven Amstrup, de Polar Bears International, “reducciones moderadas de emisiones pueden prolongar la persistencia global, pero probablemente no impedirán la extirpación de varias poblaciones, lo que enfatiza la urgencia de recortes de emisiones más ambiciosos”. El experto en cambio climático ártico Robert Newton, de la Universidad de Columbia, coincide: “Mi mejor estimación es que los osos polares podrían extinguirse en algún momento entre 2050 y 2100”.
En el lado positivo, al menos la gestión está aprendiendo: las poblaciones estables en Canadá se han mantenido gracias a los exitosos mecanismos de colaboración entre los científicos y las comunidades inuit. El cambio climático continuará siendo el factor limitante, pero si se cumplen las demandas de reducción de emisiones, tal vez los humanos podamos llegar a favorecer la supervivencia de esta especie emblemática.
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