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05 marzo 2021

Biosfera 2, el proyecto de ecosistema autosuficiente

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Se cuenta que en 1909 Buffalo Bill caminó 150 millas por los alrededores de la localidad de Oracle, en las montañas de Santa Catalina del territorio de Arizona, en busca de minas de oro en las que invertir las ganancias de su exitoso espectáculo del Wild West. Ocho décadas después, de aquellas tierras se intentaría extraer un rendimiento muy diferente, aunque no menos valioso: Oracle es la sede de Biosfera 2, uno de los proyectos más audaces de la historia, con el que se esperaba obtener la receta para crear un hogar humano en Marte. Es bien sabido que aquel intento de construir un ecosistema cerrado y autosuficiente fracasó. Pero no fue el fin de Biosfera 2: de modo diferente, el proyecto sigue vivo, y hoy sus investigaciones pueden ayudarnos a afrontar urgentes retos actuales como el cambio climático.

Biosfera 2 no surgió originalmente como el gran proyecto científico académico que podría pensarse, sino más bien como una utopía futurista no exenta de visión emprendedora; o como lo definió el diario Los Angeles Times, “una mezcla volátil de idealismo New Age y sofisticación corporativa”. Sus raíces no crecieron en laboratorios universitarios, sino en una comuna jipi: Synergia Ranch, una ecoaldea fundada en 1969 en Nuevo México por el excéntrico ingeniero, ecologista, dramaturgo y emprendedor John Polk Allen. 

Un planeta en una botella

Desde el concepto de la “nave tierra” popularizado por el inventor Buckminster Fuller, Allen comenzó a desarrollar las ideas que atrajeron el interés y el apoyo financiero del millonario filántropo, no menos excéntrico, Edward Perry Bass. Con la participación de otros pioneros del grupo de Allen, en 1984 nacía Space Biospheres Ventures, que anunciaba su proyecto de construir en Oracle, cerca de Tucson, una segunda versión más pequeña de la biosfera terrestre, Biosfera 2; un “planeta en una botella”, según el LA Times, que permitiera entender la degradación ecológica del planeta y sirviera como ensayo general para un futuro hábitat en el espacio o en otros mundos como Marte. Para Allen era mucho más: el primer paso hacia una nueva civilización que reemplazase a la que él consideraba ya muerta.

La construcción comenzó en 1987, y en septiembre de 1991 por fin ocho “biosferianos” se encerraban en sus 12.800 m2  de superficie separados del exterior por 16.000 m2 de domos y cúpulas geodésicas de vidrio. Un sistema de soporte vital materialmente cerrado, energéticamente abierto, con unas 20 toneladas de biomasa viva sumando un total de 4.000 especies repartidas en siete hábitats diferentes. Todo ello diseñado con el fin de producir alimento, agua potable y aire respirable para perdurar nada menos que un siglo. Pero sus creadores esperaban que Biosfera 2 produjera algo más: como la mina de Buffalo Bill, dinero, que llegaría de las patentes, de la construcción de nuevas biosferas y, cómo no, del turismo.  Convertida en un hit mediático, los guías que conducían a los visitantes por el perímetro de la instalación contaban con orgullo que la suya era la segunda atracción más visitada de Arizona, solo por detrás del Gran Cañón.

Sin embargo, los cien años se quedaron en dos. En septiembre de 1993 la reclusión de los biosferianos llegaba a su fin; falló la producción de alimentos, de oxígeno y de agua potable. Las especies se extinguían, las plantas morían y las cucarachas se adueñaban del lugar. El entusiasmo del público y los medios se desvanecía, o incluso se trocaba en escarnio, al revelarse que Biosfera 2 recibía regularmente suministros del exterior, que se había inyectado oxígeno para que sus ocupantes no muriesen asfixiados y que se había instalado un depurador de CO2 dependiente también de recambios no renovables. “¿Un nuevo mundo de pega?”, titulaba el Washington Post. Arreciaban las voces de quienes desde el principio habían criticado el escaso fundamento científico del proyecto: “No es ciencia en absoluto”, decía la bióloga Lynn Margulis, pionera de la ciencia biosférica. Los medios dejaban caer insinuaciones sobre el tipo de ideas que Allen solía impartir a sus seguidores en Synergia Ranch, como rechazar la familia tradicional, aullar en grupo o guardar silencio durante las comidas.

Nuevo enfoque: un simulador de cambio climático

Dentro del propio proyecto, los problemas no eran meramente técnicos: los ocho biosferianos se dividieron en dos bandos irreconciliables y las turbulencias condujeron a una enemistad entre Allen y Bass. La compañía se disolvió en 1994, cuando un nuevo equipo se hallaba dentro de la instalación. Esta segunda misión se abortó a los seis meses. Entre un embrollo de demandas y un sabotaje perpetrado por dos de los primeros biosferianos —según explicaron, porque las vidas de los ocupantes estaban en peligro—, la entrada en el proyecto del inversor Steve Bannon finalmente puso la instalación en manos de la Universidad de Columbia. 

De 1995 a 2003, los investigadores de Columbia abandonaron la idea del ecosistema cerrado para convertir Biosfera 2 en un simulador del cambio climático. Crédito: CGP Grey

De 1995 a 2003, los investigadores de Columbia impusieron un enfoque más científico, abandonando la idea del ecosistema cerrado para convertir Biosfera 2 en un simulador del cambio climático mediante la manipulación de los niveles de CO2. Estos estudios fueron claves para mostrar que el aumento de CO2 y la consecuente acidificación de los océanos son mucho más devastadores para los arrecifes de coral de lo que se creía hasta entonces.

En 2007 la Universidad de Arizona asumió las investigaciones en Biosfera 2 y finalmente su propiedad en 2011 gracias a una donación, lo que alejó la amenaza de demolición que pendía sobre una instalación tan emblemática. Hoy Biosfera 2 sigue vivo y visitable, tras el parón obligado por la pandemia de COVID-19. Y la ciencia sigue progresando bajo sus domos de vidrio. Actualmente se estudian los efectos de la sequía y del aumento de CO2 y de la temperatura en el ecosistema de la selva tropical, o cómo evoluciona el suelo. Pero hay más grandes planes: actualmente se construye allí el Space Analog for the Moon and Mars (SAM2), una nueva instalación que resucita el viejo objetivo de testar la viabilidad de un hábitat lunar o marciano. Quizá finalmente el sueño psicodélico de Allen y Bass acabe echando a volar.

 

 Javier Yanes

@yanes68

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