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17 marzo 2020

Cómo paliar el voraz apetito energético de las criptomonedas

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Bitcóin, la primera criptomoneda, apareció en 2009 con la promesa de eliminar intermediarios en las transacciones de activos virtuales. Aunque no pasan por un banco, los pagos de bitcóin son seguros porque se apuntan indeleblemente en el blockchain, una especie de libro de contabilidad digital custodiado por miles de usuarios repartidos por el globo. Ellos, los contables, compiten por anotar cada transacción en el registro descentralizado y a cambio reciben criptomonedas nuevas. ¿El problema? Este proceso, conocido en el argot como “minería”, se ha vuelto tan competitivo que ahora solo se puede realizar con poderosos ordenadores cuyo consumo energético, en conjunto, supera al de muchos países.

Las estimaciones exactas varían, pero ninguna es halagüeña. En el mejor de los casos, la red bitcóin gasta 51 mil millones de kilovatios-hora por año, según los cálculos de Digiconomist. En un escenario más realista, el consumo real roza los 78 mil millones de kilovatios-hora anuales: un gasto eléctrico comparable con el de Chile y sus 18 millones de habitantes. A todo esto hay que sumar la existencia de miles de criptodivisas alternativas, todas creadas después de 2009 siguiendo el modelo de bitcóin. Algunas son exitosas y otras insignificantes, pero nunca se han estimado los gastos combinados de su operación.

Esta enorme demanda energética soporta los cimientos de la red bitcóin y sus derivadas. Cada vez que se solicita una transferencia de criptomonedas, el sistema exige que se resuelva una compleja ecuación, llamada hash, antes de registrar la transacción en el blockchain. Los mineros están en una constante carrera; quieren ser los primeros en resolver cada uno de estos retos matemáticos para obtener la recompensa de bitcóins asociada al esfuerzo. Con cada rompecabezas y su correspondiente premio, la red evita entradas duplicadas en el registro e incentiva el interés de quienes lo custodian.

Granjas contaminantes de bitcóins

Resolver estas operaciones hash es lo que consume tanta energía, ya que requiere computadoras especializadas. A menudo los usuarios no tienen solo una, sino decenas o cientas de ellas, trabajando día y noche en granjas de bitcóins para maximizar sus posibilidades de anotar cada transacción y así lucrarse. La respuesta correcta a una función hash es fácil de verificar por cualquier usuario de la red, pero nada fácil de generar, de ahí que los ordenadores requieran poderosos procesadores.

El valor de bitcóin no ha hecho más que crecer y, con los años, se ha producido una carrera armamentística: mientras antes se minaban criptomonedas con ordenadores de andar por casa, ahora solo es viable hacerlo con máquinas diseñadas para ello, llamadas ASICs, que cuestan miles de dólares y alcanzan el consumo eléctrico de un gran electrodoméstico. Cada pocos años, se quedan obsoletas y hay que renovarlas por modelos más modernos para poder seguir en la carrera. Cuando se emplean muchas juntas, además es necesario refrigerarlas con aire acondicionado o con un sistema de disipación de calor.

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Existen miles de criptomonedas basadas en la tecnología blockchain que surgieron siguiendo el modelo de bitcóin. Crédito: VoyTek Pavlik

Un estudio, publicado en 2018 en la revista Nature Sustainability, encontró que la minería de bitcóin gasta más energía que la minería de oro, por cada equivalente de dólar extraído. Tal y como apunta Félix Brezo, codirector del Postgrado de Experto en Bitcóin y Blockchain de la Universidad Europea en Madrid, el impacto medioambiental de este consumo eléctrico depende de la fuente de energía empleada. No es lo mismo una granja de criptomonedas alimentada por una central térmica que otra abastecida por paneles solares.

Actualmente, las emisiones de la red bitcóin podrían rondar las 36,95 millones de toneladas de dióxido de carbono anuales, algo así como la huella de carbono de Nueva Zelanda. Sin embargo, la heterogeneidad de la red eléctrica hace difícil estimar el impacto real del blockchain; por ejemplo, en China genera cuatro veces más dióxido de carbono por criptomoneda que en Canadá.

Incluso dentro de China, el país que acapara la mitad de las emisiones mundiales derivadas del bitcóin, hay diferencias notables. Según un estudio de Susanne Köhler y Massimo Pizzol, investigadores de la Universidad de Aalborg en Dinamarca, la región china de Mongolia Interior registra solo un 12,3% de la minería de bitcóin del país, pero un cuarto de las emisiones asociadas a esta actividad, debido a su dependencia del carbón. Por el contrario, en la región de Sichuan, también en China, se minan muchas más criptomonedas con energía renovable hidroeléctrica.

Electricidad limpia para el blockchain

Una posible solución al desastre es promover el uso de estas energías renovables para mantener el blockchain. De hecho, muchos mineros de bitcóin han instalado sus granjas en Islandia, donde abunda la energía geotérmica para alimentar las máquinas y el aire del ártico para enfriarlas. Pero los emprendedores acuden a estos lugares con incentivos económicos más que medioambientales. Las granjas suelen arremolinarse allá donde la electricidad sea barata, sin importar su procedencia. También es importante para ellos que el abastecimiento sea continuo, sin las fluctuaciones de potencia que caracterizan a muchas centrales de energía renovable.

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Muchas granjas de bitcóin se han instalado en Islandia, donde abunda la energía geotérmica Crédito: Hansueli Krapf

Se han creado criptodivisas alternativas que directamente incentivan un modelo energético más limpio. Las monedas virtuales de solarcoin, por ejemplo, se otorgan a quien genera energía fotovoltaica. La otra opción es atajar el problema de raíz: alterar el código informático para evitar el derroche intrínseco de electricidad que exige la tecnología de las criptomonedas. Esto no es fácil. La popularidad de bitcóin se debe precisamente a su sistema de blockchain, que permite la contabilidad internacional de las transacciones, sin fraudes, sin intermediarios y sin censuras.

En 2012, los creadores de peercoin propusieron un modelo de blockchain sostenible que ahora han adoptado otras criptomonedas. Bajo este sistema, la oportunidad de realizar cada registro contable no se otorga a quien resuelva una compleja función, sino a un usuario aleatorio de entre varios supuestamente comprometidos con la divisa virtual, evaluados en función de su antigüedad y de su inversión en la moneda. El nuevo modelo prescinde de los aparatos eléctricos glotones, pero no ha logrado despegar de la misma forma que lo hizo bitcóin. Los más críticos recelan que la red retroalimenta la riqueza de unos pocos usuarios y esto compromete la gobernanza descentralizada de la divisa. Por todo esto, todavía no hay una solución definitiva al problema energético del blockchain.

Bruno Martin

@TurbanMinor

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