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18 noviembre 2013

Sobre ladrillos, casas, información y conocimiento

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La información no es conocimiento, sino una de las materias primas necesarias para conseguirlo. Al igual que un montón de ladrillos no es una casa, aunque sean los ladrillos la materia prima necesaria para construirla, un montón de datos no es una tesis doctoral, ni siquiera un artículo periodístico, aunque la información sea también la materia prima para escribirlas.

Nadie en su sano juicio confundiría una vivienda con una pila de ladrillos. Sin embargo, esta grosera identificación entre algo necesario –pero no suficiente– para conseguir un fin y el fin en si mismo, aparece frecuentemente en los discursos públicos sobre conocimiento e información. El resultado son graves perjuicios en la comprensión y gestión de los procesos de adquisición de conocimiento, así como en la valoración de la capacidad de acción y comunicación entre las personas, todos asuntos fundamentales para la convivencia humana, la economía y una de las bases de la sociedad.

Para que un montón de ladrillos se convierta en una casa hacen falta unos cuantos elementos más, pero sobre todo es imprescindible algo fundamental, de lo que el montón carece: un orden. Los ladrillos del montón están desordenados, a diferencia de los ladrillos que forman la casa, los cuales están agrupados y unidos de acuerdo a un orden muy complejo, concebido para conseguir un fin concreto: formar una vivienda.

Con el conocimiento ocurre exactamente igual: la información, los datos y otros elementos informativos desordenados o agrupados de manera elemental (por ejemplo, en una base de datos) son como un montón de ladrillos y –aunque haya quienes repitan machaconamente lo contrario– ni de lejos constituyen por si mismos conocimiento. Por eso no pueden ser utilizados de manera directa para entender el mundo y lo que en él ocurre y, en base a ese conocimiento, tomar decisiones acertadas; de la misma manera que un montón de ladrillos no sirve para vivir en él.

Al igual que para convertir un montón de ladrillos en una casa hace falta un orden, un diseño arquitectónico y constructivo que los una y organice para formar una estructura destinada a cumplir un fin (servir de vivienda), para convertir un conjunto de información en conocimiento se necesita una representación mental, una estructura conceptual, un modelo que vincule y organice los datos de manera que formen una máquina que permita utilizarlos para pensar y entender.

Por supuesto, tanto la construcción de una casa a partir de ladrillos como la formación de conocimiento a partir de informaciones son procesos mucho más complejos que los descritos, pero la esencia es esa. Por tanto, confundir el tener información con disponer de conocimiento es tan estúpido como confundir el tener un montón de ladrillos con disponer de una casa. O, peor aún, creer que si uno sabe dónde se consiguen o compran ladrillos podrá disponer de una magnífica casa cuando le dé la gana… Por eso es un error garrafal pensar que la sociedad de la información es lo mismo que la sociedad del conocimiento; y también es una equivocación pensar que llegar a la primera implica o conduce automáticamente a alcanzar la segunda.

Esta confusión no existe en medios académicos. De hecho, hasta la Wikipedia distingue claramente entre sociedad de la información y sociedad del conocimiento. Así pues, el problema no es el desconocimiento por parte de académicos y especialistas, sino la repetición ad infinitum en el ámbito público de un discurso torticero, cuando no simplemente falso, que iguala ambos conceptos y confunde las cosas para mucha gente, incluyendo entre los confundidos no pocos dirigentes políticos y empresariales.

Se insiste obsesivamente en lo demográfico y técnico: número de usuarios, calidad de las redes…, sin duda fundamentos básicos importantes, pero olvidando que el limitarse a ellos tiene mucho de trampa o de algo aún peor, de autoengaño. Porque –por ejemplo– de poco sirve tener un porcentaje alto de conexión a Internet si los conexionados solo la usan para jugar, ver señoras desnudas o hacer la compra… Esto no quiere decir que un número alto de usuarios tecnológicamente bien conectados sea despreciable; al contrario, permite muchas cosas importantes: el correo electrónico, navegar por las páginas Web, importantes relaciones a través de las redes sociales, dinamizar el comercio, dar grandes posibilidades de aprendizaje, aumentar la eficacia de los trámites, evitar desplazamientos y un largo etcétera que, por supuesto, incluye e implica el fácil acceso a información, a muchísima información. Pero nada de lo anterior significa haber alcanzado la sociedad de conocimiento.

En un país desarrollado como el nuestro parte importante de la población ya vive en la sociedad de la información, puesto que le es relativamente fácil obtener la misma –los datos– o saber donde conseguirla (otro asunto es la calidad de dicha información, pero para simplificar olvidémonos de ese aspecto, por cierto nada baladí). Ahora bien, de la misma manera que pocos saben como convertir montones de ladrillos en casas, también son escasos los que saben como transformar información en conocimiento útil.

Entonces, ¿qué necesitamos para llegar a la sociedad de conocimiento y no quedarnos a mitad de camino, intentando vivir en un montón de ladrillos? Pues básicamente un bien escaso que –a juzgar por los hechos– pocos de nuestros dirigentes considera fundamental: un volumen importante de personas capaces de hacer buenas casas a partir de montones de ladrillos. Porque para que la información disponible sea realmente útil y bien aprovechada es necesaria gente –y no poca– que sepa convertirla en representaciones mentales útiles para actuar en el mundo; es decir, en conocimiento. Y aquí el problema deja de ser un asunto de redes, anchos de banda, velocidades y aparatos, para transformarse en algo mucho mas intangible, complicado y difícil de conseguir: la formación y cultura de las personas.

La capacidad de uso eficaz de la información y su conversión en conocimiento útil es función creciente de la formación y cultura de sus usuarios. Porque aunque se tengan unos magníficos ingredientes, si el cocinero es malo la comida también lo será. Y en este asunto conviene diferenciar dos elementos relacionados pero no iguales: por un lado, la capacidad técnica para operar en un ámbito determinado (por ejemplo profesional), que se suele llamar formación; por otro, la cultura, entendida como la capacidad de comprender cómo es el mundo y cómo funciona, pensar con método y lógica sobre él y ser capaz de contextualizar la información nueva, combinándola con la que ya se posee para llegar a representaciones y modelos de la realidad que permitan interactuar y operar eficazmente con ella.

Lo primero se consigue con las enseñanzas profesionales y técnicas (de aplicación práctica directa de conocimientos específicos) en su sentido más amplio, desde la de la fontanería, la repostería o la poda de árboles a la medicina, ingeniería o abogacía. Lo segundo con la cultura con mayúscula: el estudio y práctica de las ciencias, de forma destacada la matemática, y de las humanidades, en especial la filosofía. Esas son la herramientas que permiten pensar con método y manejar y crear modelos de comprensión de las cosas. ¿Y cuál es la situación al respecto en España?, pues razonablemente buena en lo primero pero espantosamente mala en lo segundo. Y lo peor es que nuestros dirigentes políticos y empresariales, muchos de ellos semianalfabetos en relación a sus responsabilidades –y no pocos sensu stricto–, han fomentado una cultura tecnologista, ¡que no tecnológica!, de una cortedad de miras lamentable, inculcando en gran parte de las sociedad el mas absoluto desprecio por el pensamiento, el conocimiento teórico, y todo esfuerzo intelectual que vaya más lejos de una practiconería burda, zafia e inmediata. Y con una población mayoritariamente así ya puede estar fácilmente disponible toda la información que se quiera, todos los ladrillos, que bien poco sabrán construir casas aceptables con ellos.

Así, fácil es que lleguemos a la cacareada sociedad de la información pero seamos incapaces de alcanzar la del conocimiento, y es esta última la que nos puede permitir cambiar el modelo de productivo y dejar de ser un país dedicado mayoritariamente a construir viviendas para especular con ellas y atender turistas.

 

 Santiago Graiño Knobel

Codirector del Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, la Tecnología y el Medio Ambiente, Universidad Carlos III, Madrid (España)

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