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08 febrero 2022

Julio Verne y el sueño del progreso científico sostenible

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Dice el tópico más repetido al presentar a un personaje que el personaje no necesita presentación. Pero si hay una selecta lista de figuras cuyo nombre no sea necesario acompañar con otros detalles, y de las que ni siquiera se necesite citar su nombre completo, sin duda una de ellas es Verne. Y sin embargo, puede ocurrir que el personaje construido acabe eclipsando a la persona real: frente al Verne conocido como padre de la ciencia ficción, profeta del futuro y entusiasta del avance tecnológico, existe otro Verne más real que advertía contra la distopía del progreso sin control, y en cuyas obras —algunas de las menos conocidas— defendía un modelo de futuro que para su época podía resultar extraño, pero que ahora nos recuerda a un concepto muy actual sobre el mañana que queremos hoy: sostenibilidad.

Del segundo autor más traducido del mundo, después de Agatha Christie y superando a William Shakespeare, parecería que poco hay que explicar. De la fama inmortal de Jules Gabriel Verne (8 de febrero de 1828 – 24 de marzo de 1905) da fe que su nombre de pila se haya traducido en otros idiomas, un privilegio reservado a papas, reyes, santos y unos pocos personajes históricos de primerísima fila. Pero si en las últimas décadas los estudiosos han venido a señalar que el Verne popular es contradictorio con el Verne real, quizá sea porque el propio autor también era algo contradictorio en sí mismo.

El padre del género “novela científica”

Para empezar, el que suele figurar en toda lista de padres de la ciencia ficción nunca tuvo ni persiguió estudios científicos. Muchos de los fundadores y figuras más destacadas de este género tuvieron relación directa con la ciencia, como Wells, Asimov y Clarke, o con la tecnología, como Heinlein y Gernsback. Verne estudió leyes, la profesión de su padre, aunque no llegó a ejercerla. Pero al mismo tiempo, permanecía muy atento a los avances de su tiempo y se documentaba minuciosamente sobre ellos para sus novelas.

En su juventud, y resuelto a ganarse la vida como escritor, Verne desarrolló una atracción especial hacia la literatura de viajes y aventuras. Concibió la idea de crear un género nuevo, la “novela de ciencia”, que atendía sobre todo a su pasión por la exploración geográfica. Este enfoque encajaba con el del director de la revista Musée des familles, Pierre-Michel-François Chevalier, que publicó sus primeros artículos y relatos. También la temática elegida por Verne, que gustaba al público, convenció al que se convertiría en su editor, Pierre-Jules Hetzel. Este leyó su primera novela, Cinco semanas en globo, y la publicó en 1863.

El joven Verne no tenía estudios científicos, pero permanecía al tanto de los avances de su tiempo. Imagen: Wikimedia

A partir de entonces, Hetzel contrató al escritor para serializar sus novelas en su revista Magasin d’Éducation et de Récréation bajo el epígrafe Voyages extraordinaires (viajes extrordinarios). La gran mayoría de las novelas de Verne, incluyendo todas las más populares, se publicarían de este modo en la revista antes de aparecer en formato libro. Y todas ellas estaban guiadas por ese mismo rumbo, la ficción de viajes y exploración. Según Hetzel, las novelas de Verne pretendían contar todo lo que la ciencia sabía sobre la historia del universo en general. En una entrevista que concedió a sus 66 años a la revista McClure’s Magazine, en 1894, Verne compartía básicamente esta visión, pero aclaraba que, por ejemplo, Cinco semanas en globo no era una historia sobre la tecnología aerostática, sino sobre África. “La geografía es mi pasión y mi estudio”, decía.

“No, no puedo decir que me atrajera particularmente la ciencia”, confesaba Verne en aquella entrevista. “De hecho, nunca ha sido así; es decir, en la práctica nunca he estudiado ciencia o experimentado con ella. Pero de niño adoraba ver las máquinas funcionando”. Así, el elemento científico y tecnológico viene dado por el hecho de que el autor era un fanático de la documentación profunda y rigurosa. “Nunca he estudiado ciencia, pero en el curso de mis lecturas he recogido muchos retazos sueltos que me han sido útiles”, decía. Es conocida su costumbre de tomar notas en tarjetas que organizaba y guardaba para consultar cuando escribía, y también leía con avidez los boletines científicos, incluso diccionarios y enciclopedias para entender los conceptos de ciencia que le interesaba manejar.

Del optimismo tecnológico al escepticismo

Así, desde hace décadas los estudiosos de Verne y su obra han disputado su imagen como autor de ciencia ficción y como profeta tecnológico; la ciencia y la tecnología eran para él un medio, como el globo lo fue para narrar una exploración romántica de África. En su libro de 1988 Jules Verne Rediscovered: Didacticism and the Scientific Novel, el experto en Verne y en ciencia ficción Arthur B. Evans, profesor de lenguas modernas de la Universidad DePauw (Indiana, EEUU), escribía que todo lo que creíamos saber sobre el autor es falso —incluyendo la idea de que sus libros eran de poca calidad literaria y para un público juvenil. Según Evans, Verne jamás escribió ciencia ficción, aunque su ficción popularizaba la ciencia, y toda la tecnología descrita en sus libros ya existía o era casi posible con el conocimiento de su época.

“Aún más, Jules Verne no era incondicionalmente pro-ciencia”, escribía Evans. El experto detallaba que Verne comenzó siendo un optimista tecnológico y un firme creyente en los beneficios de la ciencia para decantarse después hacia una postura más escéptica, alertando sobre los peligros de un progreso desbocado y deshumanizado. La mitad de la obra de Verne, según Evans, refleja este cambio de actitud.

BBVA-OpenMind-Yanes-Julio Verne-sueno del progreso cientifico sostenible 2 -La pasión de Verne por la geografía y la exploración le llevó a escribir sus primeras novelas que se publicaron bajo la serie Voyages extraordinaires. Imagen: Wikimedia
La pasión de Verne por la geografía y la exploración le llevó a escribir sus primeras novelas que se publicaron bajo la serie Voyages extraordinaires. Imagen: Wikimedia

Curiosamente, esta segunda postura ya se reflejaba en una de sus novelas más tempranas, París en el siglo XX, escrita en 1863. Era tan pesimista y recelosa hacia el progreso tecnológico que Hetzel la rechazó, y no fue publicada hasta 1994. En ella Verne imaginaba el París de 1960 en una sociedad distópica, dominada por la tecnología y los negocios y que despreciaba la cultura y el arte. Sin duda es un Verne muy distinto al que estamos acostumbrados. 

Pero incluso en aquella diatriba contra la tecnología, el genio francés introdujo numerosos avances que después se hicieron realidad: trenes subterráneos neumáticos y de alta velocidad, coches con motor de gasolina, ascensores, telégrafos de imágenes (¿el fax?), máquinas de guerra manejadas por control remoto, calculadoras eléctricas que podían enviarse mensajes entre sí a distancia (¿ordenadores e internet?), la energía eólica, la música electrónica e incluso la pornografía como entretenimiento de masas, entre otros muchos aciertos. Pero sobre todo ello planeaba el “demonio de la electricidad” que hechizaba al protagonista.

Y si este Verne más desconocido advierte contra el riesgo de un progreso científico y tecnológico arrollador y deshumanizado, la misma línea seguía alguna otra de sus obras menos conocidas. Los quinientos millones de la Begún (1879) presentaba el contraste entre dos ciudades, una mecanizada, industrial y belicista, y otra pacifista, social y medioambiental, en términos de hoy. En esta última se favorecían las innovaciones sanitarias y ambientales, como un aislamiento térmico pasivo o máquinas que eliminaban el carbón de los humos. 

Un profeta del desarrollo sostenible

No son los únicos guiños en la obra de Verne a las tecnologías que priman lo que hoy llamaríamos sostenibilidad: en La isla misteriosa (1875) proponía el uso de lo que actualmente conocemos como hidrógeno verde, obtenido de la electrolisis del agua para su uso como combustible; el agua como “el carbón del futuro” para cuando “los depósitos de carbón se agoten”. Por supuesto, es bien conocido que el Nautilus de 20.000 leguas de viaje submarino (1870) era un submarino eléctrico desde el que se hacía investigación marina; para la novelista y crítica Margaret Drabble, la obra anticipó el movimiento ecologista.

BBVA-OpenMind-Yanes-Julio Verne-sueno del progreso cientifico sostenible 3 El capitán Nemo viajaba en un submarino eléctrico en el que exploraba el océano. Imagen: Wikimedia
El capitán Nemo viajaba en un submarino eléctrico en el que exploraba el océano. Imagen: Wikimedia

Claro que incluso si, para remate de lo anterior, en París en el siglo XX Verne imaginaba un cambio climático catastrófico que sumía a Europa en una pequeña edad de hielo —también en El secreto de Maston o Sin arriba ni abajo (1889) cargaba contra la geoingeniería para cambiar el clima terrestre y explotar los depósitos polares de carbón—, presentar al autor francés como un visionario medioambiental o un pionero de la sostenibilidad sería inventar otro personaje tan falso como el que los estudiosos ya han denunciado. 

Y al mismo tiempo, ignorar sus pequeñas aportaciones en este campo sería también injusto. En su libro The Nature of Tomorrow: A History of the Environmental Future (2021), el historiador de la City University of New York Michael Rawson explora cómo el sueño histórico de un crecimiento infinito propulsado por la ciencia y la tecnología ha conducido al desastre ambiental, y cita a Verne como un inesperado proponente temprano de la existencia de límites medioambientales para la ambición humana.

Pero ¿dijimos ya que Verne era un personaje contradictorio? Y no solo por el hecho de que un escritor que encontró en los viajes su principal fuente de inspiración apenas viajó, salvando las travesías por mar en su barco. En aquella entrevista de 1894, después de haber dejado claro que Cinco semanas en globo no era una novela sobre tecnologías de vuelo y casi a renglón seguido, comentaba que nunca había creído en la posibilidad de que los globos pudieran dirigirse. Y añadía: “Es solo un sueño, pero pienso que si la cuestión se resuelve alguna vez será con una máquina más pesada que el aire”. Nueve años después, Orville y Wilbur Wright realizaban el primer vuelo propulsado y dirigido en una máquina más pesada que el aire.

Javier Yanes
@yanes68

 

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