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16 noviembre 2020

De la intuición, ocasiones y criterios

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Algunas mentes, algo distanciadas de los criterios y las ocasiones que la intuición maneja, se ven débilmente favorecidas por ella; sin embargo hay otras que se ven con frecuencia elegidas, privilegiadas, distinguidas con la valiosa ayuda que representa. Estamos ante un constructo complejo, multidimensional, pero de la intuición genuina podría decirse que nos elige, que nos distingue. Se la percibe como un plus, como la joya de nuestra inteligencia, aunque acaso la intuición supere el potencial cognoscitivo del beneficiario y se nutra también de otras fuentes.

Aun admitiendo la unicidad de cada fenómeno intuitivo, su autenticidad vendría avalada por el hecho de sentirnos sorpresiva y sólidamente iluminados, guiados, alertados o prevenidos. Hay que decirlo, porque también utilizamos el término de manera figurada y aun con ligereza, de modo que llegamos a atribuir acierto intuitivo a deducciones apresuradas, impresiones, conjeturas, ocurrencias o sospechas. Puede empero que todo esto se halle más vinculado al raciocinio (no siempre recto, riguroso, preciso) que a la intuición, sin descartar una posible fusión con la perspicacia o la sagacidad.

Se dice, además, que la intuición no se equivoca, que trabaja con información no contaminada; sin embargo, típicamente viene a responder a una cuestión que nos inquieta, y no siempre formulamos bien la pregunta. A menudo, desde luego, pensamos en soluciones antes de haber estudiado a fondo los problemas, es decir, sin haber penetrado debidamente en el reto asumido (lo que conduce a falsas soluciones y nuevos problemas).

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La RAE define la intuición como la habilidad para conocer, comprender o percibir algo de manera clara e inmediata, sin la intervención de la razón.

En nuestra desazón psíquica, no somos propiamente nosotros quienes acudimos a la intuición, sino que es ella la que decide visitarnos; pero seamos conscientes de que podemos favorecer su aparición, propiciarla y catalizarla. Iremos enseguida a los criterios que presumiblemente maneja para privilegiarnos, pero parece oportuno recordar antes cómo suele presentarse. Estas son algunas manifestaciones típicas de la fenomenología intuitiva: 

  • Una buena idea, quizá matutina, aplicable en nuestra tarea. 
  • Un íntimo sentido de dirección, de camino por el que avanzar. 
  • Un sentimiento de confianza (o desconfianza) hacia algo o alguien.
  • Una advertencia, acaso visceral, sobre riesgos o peligros. 
  • Una súbita conexión, inferencia o solución para un asunto que nos ocupa.
  • Una percepción nítida de las inquietudes o propósitos de alguien.
  • Un estado de fluidez, en que nuestras cavilaciones parecen encaminadas.
  • Una revelación onírica, sea resolutiva, premonitoria, o acaso epifánica.

Según el caso, la señal (palabras, ideas, imágenes, sensaciones…) puede ciertamente ser recibida de manera fugaz e inesperada (y aun estimulante: suele mover a la acción), y hemos de prestarle atención inmediata para no perderla. Esto último nos recuerda —idóneo ejemplo— una curiosa experiencia que confesó el fisiólogo alemán Otto Loewi  premiado con el Nobel en 1936, a quien la intuición hubo de llamar dos veces (dejó escapar la primera) con el mismo efímero mensaje onírico —que finalmente le hizo saltar de la cama—, orientado, como se sabe, a probar la transmisión química del impulso nervioso.

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Otto Loewi (Fráncfort, Alemania, 3 de junio de 1873 – Nueva York, 25 de diciembre de 1961) fue un destacado fisiólogo alemán. Crédito: Wikpedia

Como sabemos bien, y aunque también se nos presente oportunamente en la vida cotidiana, la intuición está detrás de grandes avances técnicos y científicos, como asimismo de conocidos éxitos empresariales. Parece que despliega en mayor grado su generosidad sobre determinadas mentes; sobre mentes con algunas de las características específicas siguientes: 

  • Se muestran abiertas, flexibles, penetrantes.
  • Atienden a las voces interiores y las reconocen.
  • Tratan de percibir las realidades con objetividad y rigor.
  • Persiguen con empeño soluciones y verdades. 
  • Tienden al esmero cogitacional tras conclusiones certeras. 
  • Asumen de buena gana los retos y desafíos. 
  • Presentan sensible dosis de empatía (cognitiva y emocional).
  • Se orientan habitualmente al beneficio general, al bien común.

No, la intuición no nos visita a todos por igual. Somos distinguidos por ella, también en la acepción de diferenciarnos, de examinarnos; como si apostara por mentes laboriosas, perseverantes, íntegras, bienintencionadas. Parece lógico, desde luego, que la intuición premie el esfuerzo empático y tome distancia de la apatía (o la antipatía), como lógico parece igualmente que procure respuestas a quienes valoran la verdad y la buscan, y tome sin embargo distancia de quienes prefieren dar por cierto lo que más les gusta o interesa. 

Habría que insistir —por eso hemos aludido antes a sus manifestaciones— en que la intuición no siempre se presenta con impacto súbito (eurékico), sino que puede relacionarse con la experiencia y fundirse con la razón.  Puede, sí, acompañar a la razón en cada proceso mental: en lo inquisitivo, lo perceptivo, lo inferencial, lo analítico, lo conectivo, lo creativo…; puede guiar, sí, la cavilación por buen camino.  

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Numerosos personajes de ficción destacan por su intuición. Créditos: Kim Traynor

Así puede ciertamente hacerlo, cuando alguien investiga, explora, indaga con destino a la verdad. Tenemos —démonos un momento cuasidigresivo— a Sherlock Holmes por perspicaz, sagaz, deductivo, de sólido raciocinio, pero también se le considera intuitivo; y muy intuitivos nos parecen otros héroes del género, como Miss Marple, el padre Brown o el teniente Colombo (por no recurrir a otros personajes más actuales, como Candice Renoir). 

En la vida real, como en la ficción, la intuición se ve luego refrendada por la razón: esta asume el mando para tomar decisiones y desplegar actuaciones, porque tendremos que explicarnos. Sí, nuestro raciocinio ha de desplegarse siempre, antes y después, y con especial esmero cuando el reto es importante y acaso precisamos una solución novedosa, creativa. Desde luego, no deberíamos dejar que otros pensaran por nosotros, sino que habríamos de desarrollar debidamente nuestro propio raciocinio. 

José Enebral Fernández

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