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26 mayo 2014

Por qué hay que compensar a África

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Por Peter Singer

Nuestra obligación para con los pobres no consiste en asistir a extraños, sino en compensar por los perjuicios que les hemos causado y seguimos causándoles. Tenemos que detener las acciones que los perjudican y compensarlos por los daños causados.

Podría argumentarse que no les debemos ninguna compensación a los pobres, ya que nuestra riqueza en realidad los beneficia. Vivir con opulencia, se dice, genera empleo, y así la riqueza se va filtrando hasta llegar a los pobres, beneficiándolos de manera más efectiva que la ayuda directa. Sin embargo, cuando los pobres reciben dinero también lo gastan, lo que es probable que termine beneficiando a otros también pobres. Los ricos de los países industrializados no compran prácticamente nada manufacturado por los muy pobres. En los últimos veinte años de globalización económica, aunque la expansión del comercio ha ayudado a muchos a salir de la pobreza, no ha conseguido favorecer al 10% más pobre de la población mundial. Algunos de los extremadamente pobres —la mayoría de los cuales vive en el África subsahariana— no tienen nada que venderles a los ricos, mientras que otros carecen de la infraestructura necesaria para hacer llegar sus productos al mercado. Si consiguen transportar su grano a un puerto, las subvenciones estatales de Europa y Estados Unidos a menudo les impiden venderlo, aunque tengan —como es el caso de los productores de algodón del África occidental, que compiten con los productores, mayores y más ricos, de Estados Unidos— costes de producción menores que los de los países ricos.

Algunos de los extremadamente pobres no tienen nada que venderles a los ricos, mientras que otros carecen de la infraestructura necesaria para hacer llegar sus productos al mercado

Podría sugerirse, y no sin razón, que el remedio de esos problemas debería provenir del Estado. Cuando la ayuda llega por mediación del gobierno, todo el que gana algo por encima del mínimo exento de impuestos contribuye en alguna medida, y los que tienen mayor capacidad de pago obtienen mayores beneficios. Pero la cantidad de ayuda extranjera que prestan los países desarrollados es, a pesar de algunos aumentos recientes, extremadamente pequeña. Las naciones ricas —es decir, las naciones donantes de la OCDE— destinan únicamente una media del 0,43% de su producto interior bruto, o sea, 43 centavos de cada 100 dólares que ganan.

Puedes leer más sobre este asunto en el artículo de Peter Singer ‘La ética desde un enfoque global’

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