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07 noviembre 2019

Lenguajes emergentes: el sentido común en la era de la inteligencia artificial

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Si hay algo que nos ha caracterizado a los humanos desde nuestros orígenes, ha sido el hecho de querer comunicarnos y de comunicar de modos muy variopintos: véase el niño que llora porque tiene hambre; el empleado que trabaja a sol y a sombra para conseguir de manera indirecta un aumento de sueldo; una foto en Instagram, que subida por algunos de nosotros espera en cuestión de segundos la reacción de nuestros seguidores (no siempre con los me gusta esperados); la sonrisa de dos ciclistas anónimos que dejan atrás una hilera de coches en un atasco; las pinturas rupestres en las Cuevas de Altamira; los gritos de alegría por haber ganado un evento deportivo; o la sensación de liberación que siente un científico, tras noches sin dormir, porque sus investigaciones han dado el fruto esperado: su vehículo autónomo es capaz de circular sin conductor y lo más importante, sin incidentes.

El “sentido común” en la era de las máquinas inteligentes

Cada uno de estos ejemplos comentados inmediatamente más arriba forma parte de los diferentes modos, a través de los cuales comunicamos -e incluso por afinar un poco más- expresamos estados, deseos, necesidades o apelamos a hechos, etc.

Lo que une a todos estos procesos comunicativos es que, en cada caso concreto, el emisor del mensaje trata de dejar claro a través de un lenguaje común una intención, que debe ser a su vez interpretada por el receptor de la misma manera, para que así se pueda hablar de comunicación efectiva. Alguna de estas formas de comunicación o de un lenguaje en común puede ser la de los gritos de júbilo ante la victoria de nuestro equipo, que une por ejemplo a la afición de un conjunto deportivo, y que a su vez no se diferencia mucho de la manera en la que los espectadores del circo romano expresaban su alegría, ante el triunfo de su gladiador vitoreado. Sería extraño que ante una victoria un espectador o fan cualesquiera rompiese a llorar, aunque claro, también se puede llorar de alegría, pero no parece ser la forma más común y aceptada de expresar júbilo o euforia por la mayoría de los mortales.

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Lo que une a todos los procesos comunicativos es que el emisor del mensaje trata de dejar claro, a través de un lenguaje común, una intención.

Sin embargo, el último ejemplo, el que concierne a la existencia de vehículos autónomos, sobre todo en los laboratorios de los ingenieros que los programan, no es condición “sine qua non”, para que fuesen muchos los peatones que en pleno año 2019, se atreviesen a cruzar la calle ante un vehículo sin conductor y dirigido solamente por un software. ¿Qué nos está queriendo decir este ejemplo? Que antes de dar ese salto de introducir una nueva forma de comunicación “inteligente” entre los humanos, tiene que haberse dado un patrón de comportamiento, que, aceptado ya ampliamente por una mayoría, consigue establecerse como un estándar dotado de significado para los integrantes de un grupo, sociedad, o nación.

Por así decirlo, el “sentido común” compartido por la mayoría sería el de esperar a que esa tecnología garantizase una seguridad en las carreteras si no es posible del 100%, sí bastante alta, además de poseer de unos mecanismos jurídicos que nos garantizasen de una protección, ante posibles infracciones o accidentes.

¿Menos común de lo que parece?

Así, son muchos los autores y desde diferentes disciplinas los que han tratado de definir lo que se entiende por sentido común. Algunos de los esfuerzos por delimitar este término se recogen en este artículo, que se ciñe en concreto a lo que los filósofos como Aristóteles, Descartes y los pragmatistas entendían por este concepto. No obstante, en el cierre de este mismo artículo, el autor expresa lo complicado que resulta definir este término con las siguientes palabras:

“si el concepto de sentido común es problemático es porque lo damos por sentado al pensar que, al vivir experiencias similares, todos extraemos de ellas conclusiones similares. A la hora de la verdad, no hay nada que nos garantice que esto es así”.

Ya que parece que tanto el móvil, cómo los sistemas de mensajería tipo Whatssap, han estado siempre con nosotros (aunque no hace ni 15 años), les invito a hacer un pequeño experimento. La prueba consiste para todos aquellos que tengan familiares en la actualidad de más de 90 años (por escoger una edad un tanto aleatoria) en ponerles unos cascos sin cable (son aún más llamativos) y comunicarles que pidan con su voz música a su asistente virtual correspondiente.
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Hitos tecnológicos vs “cacharros malignos”.

Seguramente no haya dos reacciones similares, puesto que cada uno se expresa a su manera, pero puedo casi asegurar, que muchos de ellos, utilizarían en la descripción mientras disfrutan de una canción supongamos de los felices años veinte, una expresión similar a “¡esto es cosa de magia!” para referirse o bien a un “cacharro maligno”, o para designar un nuevo “hito tecnológico” que flexibiliza aún más la vida de los humanos en la tierra.

De reconocer ciertos patrones a crearlos artificialmente

Los ejemplos citados parecen hablar por sí mismos y si de manera metafórica los analizamos a través de un “microscopio social”, no es tan sencillo ni negar ni afirmar que haya un cierto sentido común, que es el que nos ha permitido y nos permite evolucionar o, por utilizar un concepto que va copando cada vez más el mundo tecnocientífico,  haber emergido. Sobre este término, y del alcance de este es de lo que habla en su libro Sistemas emergentes, o qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software, el escritor de divulgación científica Steven Johnson.

Con emergencia Johnson hace referencia a “comportamientos inteligentes” que no solamente conciernen a la especie humana sino también a las colonias de hormigas, a las ciudades y al funcionamiento de la red de redes, por citar algunos de los ejemplos mencionados en el libro. Y es que son este conjunto de casos, seguramente no escogidos al azar, los que le sirven a Johnson para explicar cómo los agentes de un nivel inferior adoptan comportamientos propios de un nivel superior, es decir, las hormigas crean colonias; los urbanitas vecindarios; y los programas de software un internet inteligente.

BBVA-OpenMind-Rosae Martin-Hormigas-akhil-suryajith-Los agentes de un nivel inferior adoptan comportamientos propios de un nivel superior, por ejemplo, las hormigas crean colonias
Una hormiga individual busca alimento de forma caótica, mientras que la búsqueda colectiva de comida se hace de forma ordenada.

Cada uno de estos patrones de conducta contiene sin duda un lenguaje propio, y evidentemente en muchos de los casos indescifrable por y para el ser humano, como puede ser la forma en la que se comunican las hormigas al utilizar las feromonas, sonidos y el tacto. Aunque también contamos con otros casos aún de índole más compleja como puede ser desentrañar por qué las ciudades, que sumidas en un aparente caos funcionan de manera fluida e incluso ordenada, aun cuando los volúmenes de atascos en horas punta podrían decirnos justamente lo contrario.

Al parecer hay algún tipo de semejanza que une a todos estos casos y es a lo que Steve Johnson denomina autoorganización, que él mismo describe como: “aquello que hace que cada vez se sea más inteligente con el paso del tiempo con la última finalidad de responder a unas necesidades cambiantes y específicas de un determinado entorno”. Y añade: “empezamos a construir sistemas auto-organizados en nuestras aplicaciones de software, en los videojuegos, en el arte y la música. Hemos construido sistemas emergentes para recomendar nuevos libros, reconocer voces, encontrar amigos”.

Desde el comienzo de su existencia, los organismos complejos han vivido bajo las leyes de la auto-organización, pero en años recientes nuestra vida se ha visto invadida por la emergencia artificial”.

Utilizar la inteligencia artificial para “programar” nuestro sentido común

Ahora bien, ¿todo lo que se puede diseñar, programar y poner en marcha es aconsejable y deseable? ¿En qué momento del desarrollo de la inteligencia artificial la ética empezó a jugar un papel importante? Sin duda, uno de los momentos clave fue en el año 2016, cuando se produjo la primera muerte por un coche pilotado de manera automática, tal y como se relata en este artículo.

Coche autónomo de Google
Coche autónomo de Google. Credito: Smoothgroover/Flickr

Este hecho marcó un punto de inflexión y de reflexión para tratar de cambiar, rectificar e incluso crear una legislación para dar cabida a una nueva realidad tecnológica, social y económica si se quiere extrapolar a todos los ámbitos a los que afecta, que hasta ese momento formaba más bien parte de las películas de ciencia ficción que de las vías públicas de un lugar cualquiera en el mundo.

Son estos eventos extremos, que en bastantes casos corresponden lamentablemente a hechos dramáticos, los que hacen evolucionar a la estructura hasta ese momento estática de una sociedad, que se ve prácticamente avocaba a ciertos desastres, al no existir ni mecanismos legislativos, como tampoco cierto diálogo entre los profesionales encargados tanto de la ideación, puesta en marcha y regulación de estos nuevos escenarios.

Mientras que en Europa la regulación de la inteligencia artificial es un hecho, en otros países como China, existe un vacío legal o cierta opacidad en lo que respecta a la regulación de estas tecnologías emergentes. Este país asiático fue noticia de nuevo hace unos meses por la introducción de los llamados uniformes inteligentes en diversos centros educativos, que permiten entre otras cosas, como se describe aquí, controlar la entrada y la salida de los alumnos del centro escolar en nombre de aumentar la eficiencia.

Arquitectos del “sentido común”, una paradoja a resolver

Llegará un día tal vez en el que nos fiaremos más de un software para conducir un vehículo o un avión, que de un humano. No sabremos decir si el vehículo estará dotado de sentido común, pero tal vez esa tecnología específica habrá llegado a un nivel de perfeccionamiento que los accidentes de coche, que hoy en día son aún una de las principales causas de muerte en el mundo, sean cosa del pasado.

Del mismo modo, me pregunto si los sistemas de inteligencia artificial en China, que se encargan ya de super vigilar a sus ciudadanos, pudiesen llegar a desarrollar ese sentido común tan ansiado para las máquinas por el humano, siendo capaces de discernir hasta qué punto espían al sujeto que vigilan, sin dañar aquello que aún se denomina privacidad y negándose a proporcionar ciertas informaciones a sus propios creadores. Este escenario futuro y de momento poco realista pondría al futuro de los humanos como al de las máquinas en una relación de win-win.

Pero todo esto es, como dicen los alemanes, Zukunftsmusik o, cómo se diría en español, “historias por venir”.

Rosae Martín Peña

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